jueves, 26 de julio de 2012

Te veo...

... y me sorprende que los demás no te vean. Algunos solo son capaces de quedarse con la etiqueta,  yo veo dentro de ti. La pugna de las palabras por filtrarse de tu cerebro a tus labios, el avance progresivo de tus dedos por hacer y deshacer, aprendiendo cada día desde el principio, desde el pantalón del pijama hasta los zapatos. Veo tu historia, desde que abriste los ojos en el mismo segundo que saliste de mi vientre hasta esta mañana cuando te dije adiós en la puerta del cole... cada día, cada momento, veo tu historia que es también la mía.

No dejo de preguntarme qué podría hacer para que los demás te vieran como lo hago yo, y entonces me tropiezo con la realidad de mi voz: todos nos escuchamos de una forma y los demás nos escuchan de otra. No puedo hacer nada para que los demás me oigan como yo lo hago, y de igual forma no puedo hacer nada por dividirte de mi cuerpo y que los demás vean quien eres... cómo lloras cuando Puko se despide de Nobita, cómo roncas cuando estás profundamente dormido, con esos enormes ojos entreabiertos, jamás cerrados del todo... Porque tú sí que nos ves a todos, ves en nuestras almas e incluso hay quien dice que ves un poco más allá.

Por eso me hieren los adjetivos que simplifican. Ni 'malito', ni especial, ni diferente. Entiendo que la ignorancia es osada, no debería dolerme. Pero me duele, todavía me duele. Porque yo te veo, y no concibo un mundo que no lo haga igual que yo.

sábado, 7 de julio de 2012

Lo que siempre quise decir y no tuve ocasión.

No quiero hablar de recuerdos, de como empezamos, ni de como hemos llegado aquí. No quiero darte las gracias por aguantarme, por sujetarme, por animarme o empujarme en cada bache del camino, mejor que nadie sabes cuántos y qué duros han sido. No quiero centrarme en tus virtudes , ni en tus defectos que, aunque muchos no lo crean, los tienes, pequeños, pero ahí están. No quiero hacerte promesas de amor y eternidad que suenen a eco en este folio en blanco.

No quiero, ni puedo, porque todo eso ya lo sabes. Mi esfuerzo en esta relación se basa en  que lo sientas a cada paso que damos, en que cada bajada en nuestro nivel de tolerancia mutua se acompañe de una subida más alta que la anterior, aun a sabiendas de que la caída puede ser tremenda.

Ayer te pregunté qué era lo mejor de estos 20 años juntos, no dudaste ni un segundo para decir "nuestros hijos". Ese eres tú: el padre que ha soportado con entereza toda esta locura de médicos, especialistas, terapias, pruebas... tanto dolor que jamás dejó translucir tu rostro, el rostro que veo cada mañana y que me hace sentir fuerte.

Tú eres mi fuerza, tú eres quien está dictando a cada segundo de nuestras vidas cual es el camino correcto. Yo soy la cara visible, la madre que todos ven llevar estoicamente la lucha de nuestro hijo mágico. Pero eres tú quien recoje cada lágrima, cada desesperación y cada dolor. Eres quien me da aliento cada día, aunque tú no lo sepas y yo no lo diga... tu sola presencia me vale.

No voy a darte las gracias por mucho que las merezcas. Porque aquí estamos 20 años después, juntos, como ambos elegimos. Y eso no se agradece, eso se disfruta.