jueves, 19 de abril de 2012

Tardes de cuore, maroon 5 y terapia

Dentro de muchos años, cuando me decida a dejarme las canas al natural y las recoja en un moñete de abuela, miraré atrás y recordaré las tardes de los jueves con cariño. Ahora mismo, incluso, empiezo a apreciar la necesidad de mis tardes a solas de jueves. En ellas me siento durante dos largas horas en mi coche, con una revista de cotilleos-moda-entretenimientosindarlevueltasalcerebro, mi "Songs about Jane" y lo que me depare el tiempo... Unas veces me doy vueltas por las tiendas, si me llega el presupuesto me compro algo, o le compro algo a alguien... Consumismo en estado puro. Otras me llaman por teléfono y hablo como si en realidad sentara las bases de alguna cátedra, y me escuchan, y parece que lo que digo es importante.

Hoy ha sido una de esas tardes precisamente, lo malo es que tenía delante unos pantalones que hace tiempo quiero probarme, para ver si no parezco con ellos la prima hermana del elefante muerto del Rey y comprarlos cuando los hados sean propicios... Comprus interruptus total, suena el teléfono y me paso los siguientes 35 minutos hablando sobre escolarización, prácticas aberrantes y las implicaciones futuras. Y me he sentido hasta útil. Curioso.

¿Qué es lo que me trajo hasta aquí?, un diagnóstico. ¿Quién en su sano juicio querría estar en mi lugar?, posiblemente nadie. ¿Quién ha aprendido a disfrutar de sus tardes de jueves en otra ciudad?, yo. Porque el problema es mio y me lo como  como quiero.

Y ahora que me caigan 50 años más de condena, que yo ya no me siento diferente, puedo ser tan insustancial como cualquiera...

domingo, 8 de abril de 2012

Antonimia poética entre sinfonías y llaves


Hay quien nace con el don de la música. Como Mozart. El chiquillo cogía un papel y una pluma y te componía una cancioncilla de la época, con sus pentagramas, sus Soles y sus Bemoles, criptografía humana para el grueso de los mortales. No sabemos qué habría hecho un orientador escolar de hoy día con un niñito como el joven Wolfgang Amadeus, lo mismo le subiría de golpe tres cursos o con un poco de "suerte" lo mandaba al aula específica, para ver si aprendía a relacionarse mejor quehayqueverlamaníaquetieneestechiquilloconlamúsica... Ya me imagino a su madre desesperadita la criatura, buscando normalizar la situación, que ni calvo ni con tres pelucas, ¡oiga!, pero esa es otra historia que contaré otro día.

La cosa es que lo mismo que Mozart fue precoz en lo suyo y a día de hoy sigue siendo considerado el compositor más genial de todos los tiempos (o al menos el más mediático y eso que 200 y pico años nos contemplan), todos tenemos un don, un touch... y el de mi hijo son las llaves. O mejor dicho, el reconocimiento visual de una llave, que sin usarla previamente sabe a qué cerradura pertenece. Esas cosas no pueden enseñarse, no es como cuando veíamos en aquel programa de la tele de los noventa, "¿Qué apostamos?", a un pequeñajo de 3 años reconocer pintores mirando cartulinas de sus obras. Eso es más o menos enseñable, como atarse los cordones, comer con palillos chinos o hacer macramé a luz de las velas... nadie enseña a reconocer llaves y cerraduras. Aquí el lector avezado se preguntará qué utilidad tiene tal don, si da de comer, si es necesario para la sociedad imperante, si nos facilita la vida en resumidas cuentas.

Y aquí es cuando les dejo la antonimia poética: Mozart con su touch  prodigioso fue un desgraciado durante su corta vida... mi niño, con un manojo de llaves, es el amo del mundo... o del calabozo, para los nostálgicos...