miércoles, 15 de julio de 2015

El sutil filo que separa el yin y el yang


Si miro atrás y observo el camino, creo que lo has hecho muy bien. De una forma u otra has conseguido hacerte un lugar en el mundo, acomodando el entorno para que te fuese menos hostil. Incluso cuando no hablabas yo te entendía. No era un diálogo amable, todo hay que decirlo. La base de nuestra conversación eran tus lloros y mi frustración.

Y viceversa.

Ese viceversa me ha hecho distinta. No distinta al resto de las personas, sino distinta a mí misma. Yo que nunca tuve paciencia, ni serenidad. Yo que dejaba correr un río de lava de la punta de los pies hasta la cabeza. Yo que dejé de ser yo, para ser quien tú necesitabas que fuera.

Tú. Tus circunstancias. Mis miedos. Nuestra vida.

Has moldeado mis neuronas hasta hacerlas ágiles. Atenta a cada cambio imperceptible de tu voz, que a veces no es tan imperceptible. Me vienen a la mente imágenes que nunca podré borrar de momentos en que el huracán que llevas dentro sale magnífico, arrollando, destruyendo, arrasando...

Y cuando te das cuenta... oh, cuando te das cuenta...

Me desgarra más oírte decir "no puedo evitarlo, yo me quiero portar bien". Porque sé que es verdad, que no puedes evitarlo, que lo que te mueve a dejarte ir es saber que ya no puedes arreglarlo. Y entonces yo quisiera, mataría por poder explicarte con mis ojos que sí tiene arreglo. Que todo se arregla entre nosotros, que nada puede rompernos.

Hemos vivido tanto... Nunca pensé llegar tan lejos.  Y sospecho que es el principio: ir de viaje, buscar alternativas, pensar antes de ejecutar. Reflexionar, negociar, aprender de tus errores... Valorar tus opciones.

Ser irónico.

-Eloy: ¿Salva, dónde está mamá?
-Salva: No sé... se ha ido volando por el cielo...

Las risas. Si solo pudiera sostener las risas en el tiempo...