martes, 3 de marzo de 2015

Cuando el tiempo se estanca


Esta mañana te he vestido. Como casi todos los días de diario. Primero hago que te cambies de ropa interior y te voy guiando un poco, casi siempre acabo subiendo yo los pantalones y acoplándote la camiseta. Luego el ritual de los calcetines, tus manos aun no coordinan bien eso de subirlos o poner la puntera en su sitio y el talón otro tanto.  Por último los zapatos, o los ozatos como tú los llamas... agarrar el pié ponerlo sobre mis rodillas, meterlo bien, aguantar la lengüeta, hacer el nudo...

Muy mecánico ya todo y, mientras, mi cerebro se desconecta y me lleva a las dos últimas discusiones que hemos tenido: porque te querías llevar una hormigonera bastante grande a la calle y luego porque querías llevarte también un pistolón láser que hace mucho ruido y ocupa más que mi bolso. Me cuesta hacerte entender que no podemos ir cargados de cosas tan grandes, que es mejor que te lleves las herramientas de plástico o las linternas o los prismáticos.

Ya he atado el primer cordón, repito la operación con el segundo... y entonces la mente divaga de nuevo y me recuerda que en la última semana te han llamado la atención dos veces, bueno, me la han llamado a mí. ¿Este niño que juega con los grifos y el agua no tiene madre?, unas veces basta con que te pregunten dos cosas y se dan cuenta de todo. Otras veces no es tan evidente, quizás porque sales corriendo a buscarme con cara de susto... no te gusta que te riñan. En realidad, ¿a quién le gusta?

Podría ser el episodio de la vida de una mamá con su peque de 5 años, travieso y cabezota... frágil y vulnerable, al que hay que enseñarle casi todo y guiarle en casi todo lo demás. Podría haber sido la historia de nuestros primeros años juntos y recordarlo todo con nostalgia.

Pero yo no puedo recordarlo con nostalgia porque sigue siendo así... día tras día, mes tras mes... Y año tras año.

Y ya van casi 13. Pero serán muchos más.