jueves, 23 de febrero de 2012

El colmo y la calma

Cuando algo por lo que llevas años luchando, insistiendo, casi, casi instigando para que ocurra, y sucede de pronto delante de tus ojos casi sin esperarlo, se puede decir que es el colmo. Pero el colmo, de colmar... de superar una barrera más. Una de esas cosas que cuando todo funciona a las mil maravillas no eres capaz de apreciar. Nuestra vida discurre a las mil maravillas pero hemos desarrollado el superpoder de analizar lo imperceptible: hoy hemos alcanzado el colmo en la puerta del colegio. Y ya ves tú qué cosa más simple, solo se veían a 20 o 30 niños corriendo hacia dentro como cuando van los toros por la calle Estafeta , a ver quien se ponía el primero en la fila... Pero entre todos esos morlacos iba el mío, corriendo como un descosido aleteando como suele, sin orden ni concierto, ni necesidad. Y nosotros, sus padres, mirando embelesados la normalidad desde la barrera, con una sonrisa de oreja a oreja y un "lamadrequeloparió" que se nos escapaba de los labios. Ya sé lo que debió sentir la madre de Fermín Cacho cuando su hijo cruzó la meta aquella tarde de 1992. Mi niño ha corrido hoy los 50 metros en sprint y con  mochila, su primera vez...

Y la calma, detrás. Su hermano disfrutando del paseo, con calma chicha y sol de febrero, saboreando su soledad tantas veces acariciada en secreto (supongo) de tantos días de querer correr él y que no le dejara. Hoy le miraba en la distancia como el que mira llover, porque él no encuentra nada extraordinario en lo que sucede ante sus ojos, con esa parsimonia que solo los niños pequeños ponen en casi todo... Y me imagino que pensaba lo mismo que yo... "lamedrequeloparió".

viernes, 3 de febrero de 2012

Homenaje

Cuando duerme entro en su habitación en silencio... le toco el pelo, le arropo, le miro. Y evoco en mi recuerdo su mirada tierna y su sonrisa eterna, la combinación perfecta del bebé adorable que fue. Pienso en lo que se ha perdido y en lo mucho que todos hemos ganado con su sola presencia, persistente por definición... porque vino sin querer, queriendo... Y se hizo un hueco a fuerza de ser el primero en hacer tantas cosas.

Cuando duerme me siento en su cama, y pienso en el niño que es ahora: serio, formal, responsable, educado... poco dado a las demostraciones innecesarias de sí mismo. Te regala una sonrisa en contadas ocasiones, hay que ganárselas. En secreto pienso que es su pequeña venganza con el mundo que le arrebató su puesto privilegiado: el del hermano pequeño.

Cuando duerme, o cuando estoy a punto de dormirme yo, en esos momentos en que la lucidez de mi mente nada entre el sueño y la vigilia, y puedo encontrarme con mi otro universo donde no necesito pensar, sino que mis neuronas piensan por mí... es entonces, digo, cuando nos reencontramos haciendo el baile más difícil de nuestras vidas, los dos solos, él empujando y yo también... le abrazo contra mi pecho, es tan frágil y pequeño que temo que se rompa, y le susurro las mil gracias que le debo por haberme elegido, por haber elegido a Salva, por acompañarle y quererle, por ser el compañero perfecto del viaje del que nadie compra billetes por gusto.

Luego despierta, y empieza el ritual: "¡Eloy come!", "¡Eloy vamos, que llegamos tarde!", "Eloy anda , deja que veamos en la tele lo que Salva quiere...". Y Eloy sigue avanzando de puntillas por una vida en la que los demás hemos marcado el ritmo... y él se deja hacer, acostumbrado a ser el hermano mayor que no es.