Mi niño es un relaciones públicas... o lo que antes venía a llamarse "ama de casa de patio de vecinas". Coge su llave, se sale al balcón y apostado se queda a verlas venir. ¿Que viene una vecina?, se autoinvita a merendar... ¿Que viene otra vecina?, se va a su casa a ver cómo transcurren las horas. Y es que el carisma no va reñido con otros rasgos de la personalidad aparentemente más importantes y de los que un par de diagnósticos se empeñan en excluirle.
La soltura que demuestra, el don de gentes y esa capacidad para expresar con 4 palabras donde otros necesitamos párrafo y medio... "Mi padre es trabajoso" o "no me gusta la tele negra" pueden ser el grueso de una conversación que dure horas, suficiente para hacerse invitar a un bocadillo de pan-pan (nada de bimbo) y salchichón, no-me-pongas-pavo-que-la-de-la-dieta-es-mi-madre. Y así pasamos las tardes, de la casa 59 a la 61 sin hacer parada en la morada propia, donde su hermano y yo asistimos al sorprendente espectáculo de su confraternización con las vecinas. Atónitos nos deja porque no nos necesita, apenas.
Y así, mientras nosotros nos concentramos en nuestros libros y nuestros deberes, aplicándonos en todas esas cosas que parecen ser importantísimas para la vida moderna: comprensión lectora, matemáticas, el ciclo del agua... Él se pasa las tardes de cháchara, buena conversación al calor de las vecinas, que también disfrutan de su compañía. La delgada línea entre lo banal y lo importante la han marcado siglos de evolución educativa y social. Pero los de a pie vemos y entendemos el mundo con otros ojos, lo curioso es que para aprender a mirar con esos ojos necesitamos, a su vez, la mirada y la guía de quien está , supuestamente, en riesgo de exclusión social. Curioso mundo este.
La soltura que demuestra, el don de gentes y esa capacidad para expresar con 4 palabras donde otros necesitamos párrafo y medio... "Mi padre es trabajoso" o "no me gusta la tele negra" pueden ser el grueso de una conversación que dure horas, suficiente para hacerse invitar a un bocadillo de pan-pan (nada de bimbo) y salchichón, no-me-pongas-pavo-que-la-de-la-dieta-es-mi-madre. Y así pasamos las tardes, de la casa 59 a la 61 sin hacer parada en la morada propia, donde su hermano y yo asistimos al sorprendente espectáculo de su confraternización con las vecinas. Atónitos nos deja porque no nos necesita, apenas.
Y así, mientras nosotros nos concentramos en nuestros libros y nuestros deberes, aplicándonos en todas esas cosas que parecen ser importantísimas para la vida moderna: comprensión lectora, matemáticas, el ciclo del agua... Él se pasa las tardes de cháchara, buena conversación al calor de las vecinas, que también disfrutan de su compañía. La delgada línea entre lo banal y lo importante la han marcado siglos de evolución educativa y social. Pero los de a pie vemos y entendemos el mundo con otros ojos, lo curioso es que para aprender a mirar con esos ojos necesitamos, a su vez, la mirada y la guía de quien está , supuestamente, en riesgo de exclusión social. Curioso mundo este.