No sé si decirlo muy alto, por si se gafa... pero creo que ya estoy en disposición de decir que las vacaciones contigo se están convirtiendo en algo grato. Con la paliza que nos hemos dado en Semana Santa y lo poco (poquísimo) que te has quejado. El día del Torcal de Antequera fue épico, sorteando desniveles que no es que fuesen muy grandes pero yo, que iba delante, cada vez que llegábamos a un resalte sufría pensando "ya está, en este se sienta y dice que no va a más". Pero no... mujer de poca fe.
No solo hiciste la ruta amarilla del Torcal, sino que estabas feliz, sobre todo cuando fortuítamente nos encontramos con una familia que llevaba perros y dos de ellos se llamaban Lola y Negri, como las de nuestras vecinas... y estabas deseando hablar con Susana para contarle tan feliz casualidad. Claro, el resto del camino ya se convirtió en una retahíla de "¿has visto los perritos, mami?", "¿a que son bonitos?", "¿a que se llaman Loli y Negri?", "¿a que se lo han pasado muy bien?". Y yo no dejaba de preguntarte cómo te lo estabas pasando tú para inmediatamente oír "mu bien, mami, me lo pasao superbien".
Música celestial a mis oídos... pasarlo bien en familia, al aire libre, caminando, comiendo bocatas en un murete de la Laguna de Fuente de Piedra, paseando al calor de las huertas de Badolatosa o viendo extrañas procesiones de Domingo de Resurrección en Puente Genil. Salir contigo y no desear volverme a los 8 minutos de aterrizar en el sitio. Volver a casa pensando en la siguiente, deseando pillar tres días para llevaros a conocer cualquier otro rinconcillo de nuestra tierra. Emociones nuevas que no sabía que deseaba hasta que por fin las he sentido.
Las recompensas se disfrutan más cuando tardan mucho en llegar. Y no vamos a negar que esta ha tardado en llegar mucho, como tampoco voy a negar que hemos insistido hasta conseguirla... De reto en reto, de prueba en prueba, de hito en hito. Contigo escalar montañas hasta en los sitios más llanos. Contigo, al final, todo es una recompensa.