El 23 de octubre de 2006, el mundo dejó de girar. Fue imperceptible, solo un segundo. El mundo se paró. Mi corazón también se paró. Y al momento tuvo que obligarse a volver a latir. Por ti, por tu hermano, porque no podía hacerme diminuta y desaparecer. Porque las leyes de la naturaleza no pueden incumplirse. Porque "solo" era un diagnóstico...
Me monté una película en mi cabeza. Sentía que todo se complicaba, que el futuro era negro y hostil. Que la gente, la sociedad, los astros no iban a comprenderte. Quería cogerte en brazos y salir corriendo. Pero debía coger un vuelo de regreso a casa, a instaurarnos en nuestra rutina. A seguir golpeando los días, abriendo los ojos y diciéndome a mí misma "vamos, que nos vamos...". Por ti, por tu hermano. Por mí.
No sé qué me imaginaba. Bueno, sí que lo sé. Me imaginaba que no tendrías amigos, que no encontrarías el amor, que estarías condenado a la soledad. Me imaginaba que yo tendría que bañarte siempre, que iríamos de la mano por la calle eternamente, envejeciendo juntos, inseparables. Y me ahogaba la pena. Solo lloraba, y lloraba y volvía a llorar.
Y entonces, empezamos a construir una realidad... esa en la que nosotros te empujamos a todo y tú decides si quieres o si no. Una realidad que no se diferencia demasiado de la realidad de cualquier adolescente de 13 años. Una realidad en la que hay días que no te aguantas ni tú y otras en la que eres adorablemente comestible. Un presente nada oscuro, preludio de un futuro luminoso. Donde te bañas solo, vas por la calle a tu bola oyendo música, tienes amigos a porrillo y yo he aceptado que haces las cosas que haces porque te gusta hacerlas, no porque no te quede más remedio.
El 15 de junio de 2015, el mundo ha dado una vuelta de campana completa. Ha sido imperceptible, solo un segundo. El tiempo que ha tardado el autobús en ponerse en marcha y yo te he visto alejarte sonrisa en ristre... a Huelva, de viaje. De viaje de estudios. Lejos de mí cuatro días. Y ya no hay más cordones umbilicales que romper. Solo mil plumas más que colocar para que un día, no muy lejano me temo, acabes de desplegar las alas. Tus alas, nuestra libertad.
Me monté una película en mi cabeza. Sentía que todo se complicaba, que el futuro era negro y hostil. Que la gente, la sociedad, los astros no iban a comprenderte. Quería cogerte en brazos y salir corriendo. Pero debía coger un vuelo de regreso a casa, a instaurarnos en nuestra rutina. A seguir golpeando los días, abriendo los ojos y diciéndome a mí misma "vamos, que nos vamos...". Por ti, por tu hermano. Por mí.
No sé qué me imaginaba. Bueno, sí que lo sé. Me imaginaba que no tendrías amigos, que no encontrarías el amor, que estarías condenado a la soledad. Me imaginaba que yo tendría que bañarte siempre, que iríamos de la mano por la calle eternamente, envejeciendo juntos, inseparables. Y me ahogaba la pena. Solo lloraba, y lloraba y volvía a llorar.
Y entonces, empezamos a construir una realidad... esa en la que nosotros te empujamos a todo y tú decides si quieres o si no. Una realidad que no se diferencia demasiado de la realidad de cualquier adolescente de 13 años. Una realidad en la que hay días que no te aguantas ni tú y otras en la que eres adorablemente comestible. Un presente nada oscuro, preludio de un futuro luminoso. Donde te bañas solo, vas por la calle a tu bola oyendo música, tienes amigos a porrillo y yo he aceptado que haces las cosas que haces porque te gusta hacerlas, no porque no te quede más remedio.
El 15 de junio de 2015, el mundo ha dado una vuelta de campana completa. Ha sido imperceptible, solo un segundo. El tiempo que ha tardado el autobús en ponerse en marcha y yo te he visto alejarte sonrisa en ristre... a Huelva, de viaje. De viaje de estudios. Lejos de mí cuatro días. Y ya no hay más cordones umbilicales que romper. Solo mil plumas más que colocar para que un día, no muy lejano me temo, acabes de desplegar las alas. Tus alas, nuestra libertad.