Un observador ajeno no notaría nada extraño, pero yo, observadora implacable, testigo forzoso de este largo proceso, sé lo mucho que les ha costado llegar hasta aquí. No siempre se han entendido, muchas más veces de las que me gustaría se ignoran o se hieren o me hieren a mí con sus enfados y peleas, con esa capacidad de estar a medio metro y no verse, ni sentirse. Tantas veces pensé que no se quieren: Salvador por no comprender a Eloy, y Eloy abrumado por el peso de la responsabilidad injusta de ejercer otro papel, el del hermano mayor que no es.
Hoy solo eran dos hermanos jugando a un juego de los de siempre, como hemos hecho siempre los hermanos: querernos y odiarnos en el mismo minuto, para luego seguir jugando sin rencores ni presiones. La normalidad es un bien muy preciado en mi casa, y hoy ha sido el día más normal de los últimos meses.