Voy a contarle al mundo el día en el que te hiciste mayor. Ese día
en que, estando de vacaciones, cogiste el ascensor, fuiste hasta la segunda
planta, insertaste la tarjeta-llave en su lugar y recogiste lo que necesitabas
de la habitación. Luego regresaste al punto de origen. Solo, todo lo hiciste
solo.
¿Te hiciste mayor tú o me hice mayor yo? Tantas veces que
quise que cortaras el cordón umbilical y era yo la que te tenía escondidas las
tijeras.
También quiero contarle al mundo el día en el que bailaste con
un ejército de abuelos yeyés. Que si la abuela fuma, que si el gallo canta, que
si no rompas más mi pobre corazón… No hubo baile que se te resistiera, que
hasta agarraste a una moza y no la soltaste.
Y me vine pensando que no sabíamos su nombre… pero tú si lo
sabías, porque hablaste con ella. ¿Cuándo fue que empezaste a aprender sin mí?
Tú ya no lo recuerdas (o quizás sí, quién sabe) pero hace 9
años pusiste una bandera en la cima de esta familia, culminaste unas vacaciones
llorando. Desde ese momento salir contigo era fatigoso, salir sin ti una cruz
de la que mal me repongo.
Hasta hoy. Que hasta la lluvia en Huelva te pareció buena,
las horas ociosas de lectura, la playa y sus bichos, caminar, caminar y caminar
por Sevilla… Pocas quejas, nada de enfados y una sola lágrima, y era mía.
Se me escapó cuando te miraba en la distancia siendo uno más
en la pista de baile. Tu padre cogió mi mano y respiré hondo. Te haces mayor,
Salva, aunque a veces me resisto a creerlo.