sábado, 5 de abril de 2014

Sola

El otro día caí en la cuenta de algo. Espontáneamente vino a mí aquella olvidada tendencia a sentirme sola que a veces me dejaba un poco desconectada del resto del mundo. Un poco aislada, pero no por gusto. Me sentía irremediablemente sola, a pesar de mi parte racional que me decía que no era posible, siendo como he sido una persona tan querida, tan amada, tan feliz.

La cuestión es que no yo no lo podía evitar, incluso cuando más llena de gente estaba mi vida, incluso cuando más divertida era... Incluso entonces, me sentaba en un rinconcito y pensaba en lo sola que estaba.

No sé si llamar a aquella sensación melancolía, tristeza, soledad o apatía. No sé si en realidad obedecía a una máxima más fuerte que yo misma, y que un día una amiga me puso delante de mí "María José, las personas como tú y como yo nunca seremos felices". Me dolió escuchar aquello, porque yo sabía y sentía que podía y debía ser feliz que la vida me ha sonreído siempre, tan bien llegada al mundo en un momento propicio de la historia, en la parte buena del mundo, con una buenos padres que me dieron todo lo que se puede necesitar... Y luego la vida me siguió sonriendo conociendo al hombre más bueno del mundo con 17 años, que se quedó conmigo y ahí sigue en lo bueno y en lo menos bueno. A pesar de eso, o quizás por eso, yo me aislaba y pensaba en lo sola que estaba.

 Y pensando me di cuenta de que hace tiempo que no he vuelto a sentir ese vacío. Analicé desde cuando es eso y no puedo recordar haberme sentido así desde que soy madre. Al principio no tenía tiempo de sentirme sola, porque Salva llenaba mi vida cada segundo del día, creo que ni me miraba al espejo a tenor de algunas fotos de aquella época... Luego llegó Eloy, lo que implicaba menos tiempo aún para pensar. Y luego llegaron el miedo, el auténtico pavor. La certeza, el dolor, la pena, la rabia, el duelo... la fuerza, la lucha, la constancia, el tesón... las terapias, las extraescolares, los deberes, las esperas en el coche, en las salas de espera, en las gradas de cualquier sitio de entrenamiento de lo que fuera, esperando mientras alguien termina de hacer algo...

Me arrolló la vida y me enseñó que sentirse sola no es una opción cuando un parpadeo a destiempo puede provocar un tsunami en tu cuarto de baño... La melancolía crónica la curan los hijos, y a fuerza de sangrar dolores inexistentes, de llorar miles de penas concentradas, de querer hasta que te duela el pecho, aprendí que sí que se puede ser feliz. Que yo puedo ser feliz. Y lo soy, sintiendo solo un poco llevarle la contraria a aquella vieja amiga. Soy feliz desde que hace 12 años y 27 días dejé de sentirme sola.

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