lunes, 23 de junio de 2014

El año que volví a correr un tupido velo

Este año tocaba graduarse de primaria y subir al escenario a recoger el diploma que te diera la puerta de entrada a la ESO. El año en que te irías de viaje con tus compañeros 3 días y yo me los pasara mordiéndome las uñas. El año en que te sintieras entre dos aguas: tan mayor como para dejar a tu hermano atrás, tan pequeño como para sentirte gota en el mar del instituto. Este año yo tenía pensado llorar emocionada al despedirme de las mamás con las que empezamos la andadura del colegio, al despedirme de tu imagen en la puerta verde de siempre, al despedirme del bebé que eras en 2005 y saludar al medio hombretón que eres, o deberías ser...

Pero un año más toca correr un tupido velo, sepultando entre tus logros maravillosos esos otros logros que de momento son lejanos, o quizás, inalcanzables. Me puede la melancolía cuando lo pienso, me duele detrás de los ojos, porque intento no llorar esforzándome a diario por no imaginar quien serías...

Y puedo decir bien alto que no miento cuando digo que me encanta quien eres, lo mucho que te admiro, lo increíble que es tenerte junto a mí, haciéndome regalos continuos en forma de una inocencia y una pureza que solo quien te conoce lo sabe. Pero aquí estoy, delante del ordenador escribiendo párrafos tristes que acaban en "deberías ser..."y "serías...", como si una parte recóndita de mí aun estuviera anclada en un pasado no tan lejano, soñando que las cosas fueran de otro modo, porque en el fondo solo desee que la vida solo fuera..., y si fuera..., y si no...

Compenso cada rendición con lo mucho que gano a cambio, pero no puedo evitar llenar la mochila de tupidos velos... y ya llevo tantos, que si un día la mochila llega a romperse se oscurecerá el cielo. Me consuela saber que, a cambio, el Sol nunca dejará de brillar.


jueves, 5 de junio de 2014

Tres taberneros de Gales

Tantas veces se me desborda el cerebro, que creo que se me va a salir por una oreja. En serio. Se me abre la boca y salen toneladas de palabras en forma de gritos, digo cosas que no parecen haber sido pensadas por mí. Cosas propias de un tabernero del Gales profundo del siglo XVI, y cuya alma inmortal se empeña en dejarse oír por mi boca. Esa boca... la boca de Fotor, Owen o Llywellyn, o como fuera que me llamara hace 500 años...

Lo intento, de verdad. Intento controlarlo. Ya consigo algunas veces cambiar la palabra a tiempo, en ese punto en que el tabernero piensa X y yo acabo diciendo algo que rima con, algo que se parece a, o algo que me sale de... bueno, que me sale del alma del tabernero...

Pero solo lo consigo a veces, porque cuando se abre el caño de palabras ya no hay quien lo frene. Y me duele reconocerlo pero muchas de esas veces, me enfado contigo. Como si con eso pudiera hacerte entender lo que sea que no entiendes, como si gritando, el chorro de aire que expelen mis pulmones, pudiera sacarte la goma elástica que constriñe lo que sea que te impide no comprenderme. Y fíjate, hace tanto que entendí que la que tiene una goma alrededor del corazón soy yo que, cuando tras la ira, busco la soledad para lamer las heridas que Fotor, Owen o Llywellyn o como fuera que me llamara hace 500 años me dejan en la piel,  necesito que vuelvas a decirme, otra vez, aquello que me hizo enfadar... Será para recordarme lo absurda, pequeña e insignificante que puedo llegar a ser.

Ojalá pudiera rebobinar la cinta hasta el momento justo antes de desatar la furia, ojalá dejara de aprender lecciones día sí y día también, y que la vida solo flotara entre tú y yo, como era al principio: fácil y natural... Qué poco supe apreciarlo entonces y qué complicado me parecías, porque no entendía cuando tenías sueño, cacas, hambre o sed... Nunca pensé que 12 años después habría días en que seguiría sin saber qué necesitas para ser feliz.

Tendré que seguir buscando y pactando con Fotor, Owen y Llywellyn, convencida como estoy ahora mismo de que no fui un tabernero del siglo XVI, sino tres al mismo tiempo.