Hay quien nace con el don de la música. Como Mozart. El chiquillo cogía un papel y una pluma y te componía una cancioncilla de la época, con sus pentagramas, sus Soles y sus Bemoles, criptografía humana para el grueso de los mortales. No sabemos qué habría hecho un orientador escolar de hoy día con un niñito como el joven Wolfgang Amadeus, lo mismo le subiría de golpe tres cursos o con un poco de "suerte" lo mandaba al aula específica, para ver si aprendía a relacionarse mejor quehayqueverlamaníaquetieneestechiquilloconlamúsica... Ya me imagino a su madre desesperadita la criatura, buscando normalizar la situación, que ni calvo ni con tres pelucas, ¡oiga!, pero esa es otra historia que contaré otro día.
La cosa es que lo mismo que Mozart fue precoz en lo suyo y a día de hoy sigue siendo considerado el compositor más genial de todos los tiempos (o al menos el más mediático y eso que 200 y pico años nos contemplan), todos tenemos un don, un touch... y el de mi hijo son las llaves. O mejor dicho, el reconocimiento visual de una llave, que sin usarla previamente sabe a qué cerradura pertenece. Esas cosas no pueden enseñarse, no es como cuando veíamos en aquel programa de la tele de los noventa, "¿Qué apostamos?", a un pequeñajo de 3 años reconocer pintores mirando cartulinas de sus obras. Eso es más o menos enseñable, como atarse los cordones, comer con palillos chinos o hacer macramé a luz de las velas... nadie enseña a reconocer llaves y cerraduras. Aquí el lector avezado se preguntará qué utilidad tiene tal don, si da de comer, si es necesario para la sociedad imperante, si nos facilita la vida en resumidas cuentas.
Y aquí es cuando les dejo la antonimia poética: Mozart con su touch prodigioso fue un desgraciado durante su corta vida... mi niño, con un manojo de llaves, es el amo del mundo... o del calabozo, para los nostálgicos...
Quien tiene la llave donde se confinan los sueños, puede tener la llave de la felicidad ¿no crees?
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llumm
Yo ahora mismo solo sé que su felicidad es mucho más fácil que la mía... así que creo que la mayoría de las cosas que aprendemos no sirven para (casi) nada. Un besote
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