jueves, 21 de febrero de 2013

Preguntadme a mí lo que es justo

Me gustaría poder decir eso de que dentro de unos años recordaremos todo esto y nos echaremos a reír. Pero no puedo porque mañana es solo un adverbio de tiempo, que diría el maestro. El anclaje al presente es obligado, combinado con vistazos al pasado: ¿Dónde estabas y dónde estás?, mi pregunta del millón matutino, cuando cansada de este viaje tan largo me pregunto qué estoy haciendo por ti. Tengo la sensación constante de que no hago nada, de que puedo hacer mucho más, de que podría sacar horas de los 20 minutos entre llevarte a ti a capoeira y recoger a tu hermano del tenis.

En febrero me siento delante de un calendario del año siguiente a ver cómo voy a casar el inglés, con el teatro, la logopeda con los cantos gregorianos... Y me doy cuenta de que no es falta de horas, ni de esfuerzo, ni de ganas, no me falta lucha, ni orgullo, ni casta, ni metas. Me falta dinero. Tan triste o tan sencillo como el puñetero y vil metal. Que vivimos (y lo hago extensivo a tantos que estamos en la misma guerra) pendientes de pagas exiguas y becas aun más exiguas, que nos dicen que se paraliza la ley de dependencia porque hemos abusado del sistema. Ese mismo sistema que me obligó a exhibirte como un mono de feria, en dos, tres o no sé cuántas entrevistas para que te dieran lo que necesitas, ni más ni menos. Que me digan a la cara que he abusado del sistema, yo que guardo cada recibo, cada transacción, cada pago como si mañana fueran a pedirme que se los devuelva. Que me digan que no te dan tu beca de NEE porque tenemos una casa y un garaje, como si eso fuera más importante que esas neuronas tuyas que te llevan por los derroteros que no son aptos para los cánones establecidos.

Es verdad que tenemos una casa y un garaje, pero ellos no te enseñan a leer ni a escribir, como si no fuera bastante con pagarle al banco todos los meses la parte contratante de la segunda parte. Y que, todo hay que decirlo,  generan unos gastos curiosos, como que todos los años me piden que rellene un papel para que nos reduzcan 35 míseros euros en el IBI por ser familia numerosa (verbigracia de este sistema del que se supone que abusamos), porque se supone que de un año a otro, antes de que acabe diciembre, se me ha muerto un chiquillo o me ha salido un tío rico que me ha transformado el adosado en palacete, al más puro estilo Urdangarín. Este año se me ha olvidado y tendré que pagarlo íntegro, puntual, que urge. No como la beca de NEE, que de esa seguimos sin noticias. Será que como el viaje es de allí para aquí, no importa si con ese dinero tengo que pagarte el comedor del colegio, porque total, como todo el mundo sabe este es un carro al que nos hemos subido por gusto. Siempre es un fabuloso lujo formar parte de una estadística: la de los  3.015.400  personas que en el año 2010 se les había valorado su grado de discapacidad.

Que digo yo, que para lo que sirve, mejor te podrían haber metido en la estadística de personas que usan bañadores de flores para ir a la playa. Al menos sería divertido.

2 comentarios:

  1. querida amiga, revuelves todos mis sentimientos, y no se si servirá de algo, pero tienes todo mi apoyo

    ResponderEliminar
  2. Qué puedo decirte! Si tienes toda la razón y la sensación de impotencia es casi peor que la de la lucha.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar