martes, 16 de septiembre de 2014

Mis genes egoístas

La mayoría de las veces no tengo palabras para describir lo orgullosa que me siento de ti... es de justicia decir que de los dos, porque tu hermano es mi bastón de apoyo diario, tan pequeño de cuerpo y de edad (¿qué son 10 años?), y sin embargo, tan importante en el día a día de nuestro viaje atravesando la selva densa que supone la discapacidad. Otro día tengo que describirle a él como hijo, a él contigo, a él como persona... Pero hoy no, porque lo que me sale de los dedos eres tú.

Tú escribiendo - ¡escribiendo!- calmadamente las letras de ese abecedario que se niega a grabarse en tu hemisferio izquierdo, donde se supone que se coordina lo necesario para aprender a leer y escribir.

Tú vistiéndote por las mañanas, como si nunca hubieras confundido la manga con el cuello, aunque deba revisarte la lateralidad de tus calzoncillos. Delante, atrás... conceptos extraños.

Tú explicándome que la clase de este año está allí donde ya estuviste hace dos cursos, y quién está en la clase de enfrente, y en la del otro lado y todo lo demás que a ti te importa, con una orientación espacial que ya quisiera para sí  Jesús Calleja en el desierto.

Tú preocupado por las hojas marchitas del algarrobo de la puerta, que ensucian invadiendo tu espacio, tu concepto del orden, y que barres casi con frenesí, regañando a un viento travieso y pesado que no te deja... Aunque luego tenga que ir sorteando tus linternas y herramientas dispersas en el sofá porque consideras que ahí deben estar.

Tú. Se me llena el alma con tu sola presencia, con tu necesidad de tenerme cerca, con la certeza de que es imposible no quererte. Despertando ternura, arrancando besos, abrazos y sonrisas el primer día de cole, pero también del sexto, del vigésimocuarto y del último...

Tú y tu mitad oscura. A esa también he aprendido a quererla al mismo tiempo que la temo y la odio, porque se resiste a abandonarte, y que estoy en proceso de soportar aunque sea solo como recuerdo insistente de lo difícil que ha sido este camino.

Tú y yo. Cara y cruz de la misma moneda. Siempre hemos sido la misma persona. El gen egoísta que diría Dawkins... El empeño de mis genes por dejar huella. Y tu huella, sin duda, es lo más hermoso que puedo hacer por este mundo.

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