martes, 21 de octubre de 2014

Nadie me lo explicó


He aquí el punto en el que creo que discrepo con la gran mayoría de familias que comparten su vida con una persona con discapacidad intelectual: el miedo al futuro. Discrepo porque yo no tengo miedo al futuro. No me acojona pensar qué pasará cuando yo no esté, porque estoy convencida, en un 99'99%, de que el mundo seguirá girando, el sol saliendo y la campana de Gauss engordando por el centro. Y en esa absoluta normalidad tú tendrás tu hueco, como lo tienes ahora. Con gente que te quiere alrededor, con tu cabeza llena de ideas de futuro, con tu forma de ver la vida, de contar túneles donde los demás solo vemos un viaje de regreso eterno, por ejemplo.

Aprenderás (o no) a leer y escribir, irás (o no) a trabajar todas las mañanas, saldrás (o no) de marcha con los colegas, conocerás (o no) a la mujer de tus sueños... Al fin y al cabo como el resto de los mortales, porque tener un CI alrededor o por encima de la media (o sea, mayor o igual a 100) no nos otorga milagrosamente  un trabajo, amigos o pareja... e incluso, viendo las burradas que leo día a día en las redes sociales, ni siquiera nos asegura saber leer y escribir correctamente.

No, no me da miedo el futuro. Y ya te conozco lo suficiente como para que el presente inestable que nos proporciona tu cambiante humor haya dejado de ser un problema. Días infernales entremezclados con otros suaves como un plato con aceite, así es la vida contigo. Y lo acepto. A cambio me sigue derritiendo cada palabra nueva, esa sonrisa llena de ternura, esas lágrimas que salen inocentes a la mínima de cambio, la bondad de tu mirada, el inmenso espacio que ocupas...

Aquí viene lo fuerte. Me da miedo enfrentarme al pasado. Como hoy, donde por circunstancias de la vida me he visto sentada en la misma sala de espera del hospital donde te llevamos la primera vez que notamos que algo no marchaba bien del todo. Y he sufrido una regresión, porque allí estaba el mismo cartel de los teletubbies y la misma maceta de plástico. Allí estaba yo por un momento, hace 11 años, aferrada a la creencia de que la pediatra se había equivocado, que solo eras un poco tranquilo, pero que todo iba bien. Mi perfecto, hermoso, y tranquilo bebé. Mi angelito de 15 meses, el colofón del amor de sus padres...

Y me dan ganas de gritarme a mí misma, la María José de 28 años, que despierte, que la vida es otra cosa... o que coja a su bebé y salga de allí corriendo. No tengo muy claro si lo que quiero es decirle que huya o que se amarre bien los machos, o sentarme con ella y pedirle que no llore, que no sufra, que solo acepte que nacemos de una manera pero que luego vivimos de mil maneras muy distintas... que nadie la ha preparado para nada de lo que vendrá en los siguientes 11 años, pero que debe empezar a girar como una peonza, llegando al borde de la locura, y que cuando deje de girar será otra persona, otra madre, otra mujer, otra María José.... la que ahora tiene casi 40 años y que sigue sufriendo por quién fue y por lo ciega que estaba.

La vida era otra cosa. Hubiera dado lo que fuera porque alguien me lo explicara.

3 comentarios:

  1. Opino como tú. A mí también me da mas miedo enfrentarme al pasado que pensar en un futuro, en el que estoy segurisima que tendrán su hueco.
    Un besote

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  2. Es reconfortante sentirse comprendida. Gracias :)

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