miércoles, 10 de diciembre de 2014

Una luz que guía...

No es la primera vez que hablo de ti. Ni será la última. Siento que te debo justicia, porque te admiro. Y fíjate que no soy persona de admirar a casi nadie... de vez en cuando un Darwin, un Hawking, un Mendel. Y entre ellos en lo más alto de mi pedestal, estás tú: mi Eloy, el elegido.

Elegido entre miles de millones de personas para ser la mezcla al 50% de nosotros dos, esos padres que, sin saber muy bien el fregado en el que se metían, nos lanzamos a loco para traerte, nuestro segundo hijo, nuestro retoño definitivo. Y tan caóticas eran nuestras vidas entonces que, con apenas 2 añitos, te plantaste un día y te quisiste ir a vivir con tu abuela, dándome el disgusto del siglo... qué tonta y qué inestable era yo.

Mamaste locura, literalmente. Y en lugar de transmitirte mi ansiedad extrema has sido tú el que ha ido serenando mi espíritu a base de paciencia infinita, de coger entre tus manos pequeñísimas las manos grandotas de tu hermano, de leerle, de vestirle, de hacerle el bocadillo cuando yo no puedo, o no quiero... aprovechándome de tu gran capacidad para desenvolverte aun cuando te mereces  vivir en la dulce inopia de la infancia.

Y me aprovecho porque hay días que me duele el corazón y se me escapan pensamientos negativos, magnicidios del día a día en forma de injusticia, de estupor, de cansancio o de incredulidad... Yo todavía tengo días en que no me creo que estas cosas pasen, y lo que es más dramático, que me pasen a mí. Fíjate, qué egoista puedo llegar a ser... Y tú también te hartas y te cansas, y das contestaciones que no me gustan y te reprendo por ello. Nos enfadamos tanto el uno con el otro, que nos pedimos perdón, abrazados tan fuerte que parece que has vuelto dentro y que latimos juntos.

Me descubro reflexionando sobre ti, porque me he dado cuenta de que usas mis palabras, mis gestos, mis expresiones... quieres hacer las cosas como yo, y hasta soñando eres como yo. Me preguntas sobre todo constantemente, sobre lo que siento, cuándo lo siento y porqué lo siento. Cuando no estamos juntos tomas las riendas de la situación, imagino que pensando en lo que yo haría si estuviera allí. Y nuestra vida tiene tantas situaciones complicadas que has tenido que tomar las riendas muchas más veces que cualquier persona de tu edad, e incluso de la mía.

Vas sobrado y eres resolutivo, tanto que  a veces se me olvida que tienes 10 años. Solo 10 años. Y te admiro. Creo que casi tanto como te quiero. O como te necesito...




martes, 18 de noviembre de 2014

El lenguaje secreto de tu mp3

NOTA: Este es un blog musical, pinchad en las palabras resaltadas para apreciarlo mejor.


Amanece. Y apareces. Con tus auriculares en la oreja, como un preadolescente cualquiera. Solo que tú llevas varios mp3 en la mano: el rosa, el gris de "Malolo", el que va a pilas, el que se carga en el ordenador, el que solo tiene radio... Cada uno con su propio auricular, todos con nudos imposibles, que desenrollo con paciencia de fraile copista del medievo. Sistemáticamente los oyes alternando, encendiendo y apagando, según se te vaya apeteciendo y sin saber muy bien porqué... aunque  a lo mejor sí tiene una razón lógica que, de momento, solo tú comprendes. Y nos haces jugar a un juego de adivinanzas no apto para oídos poco afinados...

De irojei a naminau, del hombre de jaowin a uuuuuuuuuhhhhhhhhhh, de las campanas y cheichei a yeyeyeeeee y tititau... Pasando por los infumables contigo y el tiburón, aullar con el lobo,  alargar las oes de verano,  decir mucho nononononono sentado en la casa del tejadoFiona, Lilo, Jimmy Neutrón, Ross o Angelica, en tu cabeza todos pegan, todos significan algo, todos te llevan a una banda sonora de películas vistas mil veces.

Y nos haces partícipes de tu felicidad, acercándonos a tu oreja para oir contigo..."mamá, ¿ves, te acueras?, Eloy, mira esta canció; papá, escucha, ¿tú lo conoce?", mientras nos las vas cantando todas sin excepción, en un idioma que suena igual en inglés o en español, pero que nos hace sonreir y a veces incluso bailar.

Y así fue como el camino cobró sentido. Por oirte cantar, todo ha sido por oirte cantar...

martes, 21 de octubre de 2014

Nadie me lo explicó


He aquí el punto en el que creo que discrepo con la gran mayoría de familias que comparten su vida con una persona con discapacidad intelectual: el miedo al futuro. Discrepo porque yo no tengo miedo al futuro. No me acojona pensar qué pasará cuando yo no esté, porque estoy convencida, en un 99'99%, de que el mundo seguirá girando, el sol saliendo y la campana de Gauss engordando por el centro. Y en esa absoluta normalidad tú tendrás tu hueco, como lo tienes ahora. Con gente que te quiere alrededor, con tu cabeza llena de ideas de futuro, con tu forma de ver la vida, de contar túneles donde los demás solo vemos un viaje de regreso eterno, por ejemplo.

Aprenderás (o no) a leer y escribir, irás (o no) a trabajar todas las mañanas, saldrás (o no) de marcha con los colegas, conocerás (o no) a la mujer de tus sueños... Al fin y al cabo como el resto de los mortales, porque tener un CI alrededor o por encima de la media (o sea, mayor o igual a 100) no nos otorga milagrosamente  un trabajo, amigos o pareja... e incluso, viendo las burradas que leo día a día en las redes sociales, ni siquiera nos asegura saber leer y escribir correctamente.

No, no me da miedo el futuro. Y ya te conozco lo suficiente como para que el presente inestable que nos proporciona tu cambiante humor haya dejado de ser un problema. Días infernales entremezclados con otros suaves como un plato con aceite, así es la vida contigo. Y lo acepto. A cambio me sigue derritiendo cada palabra nueva, esa sonrisa llena de ternura, esas lágrimas que salen inocentes a la mínima de cambio, la bondad de tu mirada, el inmenso espacio que ocupas...

Aquí viene lo fuerte. Me da miedo enfrentarme al pasado. Como hoy, donde por circunstancias de la vida me he visto sentada en la misma sala de espera del hospital donde te llevamos la primera vez que notamos que algo no marchaba bien del todo. Y he sufrido una regresión, porque allí estaba el mismo cartel de los teletubbies y la misma maceta de plástico. Allí estaba yo por un momento, hace 11 años, aferrada a la creencia de que la pediatra se había equivocado, que solo eras un poco tranquilo, pero que todo iba bien. Mi perfecto, hermoso, y tranquilo bebé. Mi angelito de 15 meses, el colofón del amor de sus padres...

Y me dan ganas de gritarme a mí misma, la María José de 28 años, que despierte, que la vida es otra cosa... o que coja a su bebé y salga de allí corriendo. No tengo muy claro si lo que quiero es decirle que huya o que se amarre bien los machos, o sentarme con ella y pedirle que no llore, que no sufra, que solo acepte que nacemos de una manera pero que luego vivimos de mil maneras muy distintas... que nadie la ha preparado para nada de lo que vendrá en los siguientes 11 años, pero que debe empezar a girar como una peonza, llegando al borde de la locura, y que cuando deje de girar será otra persona, otra madre, otra mujer, otra María José.... la que ahora tiene casi 40 años y que sigue sufriendo por quién fue y por lo ciega que estaba.

La vida era otra cosa. Hubiera dado lo que fuera porque alguien me lo explicara.

martes, 16 de septiembre de 2014

Mis genes egoístas

La mayoría de las veces no tengo palabras para describir lo orgullosa que me siento de ti... es de justicia decir que de los dos, porque tu hermano es mi bastón de apoyo diario, tan pequeño de cuerpo y de edad (¿qué son 10 años?), y sin embargo, tan importante en el día a día de nuestro viaje atravesando la selva densa que supone la discapacidad. Otro día tengo que describirle a él como hijo, a él contigo, a él como persona... Pero hoy no, porque lo que me sale de los dedos eres tú.

Tú escribiendo - ¡escribiendo!- calmadamente las letras de ese abecedario que se niega a grabarse en tu hemisferio izquierdo, donde se supone que se coordina lo necesario para aprender a leer y escribir.

Tú vistiéndote por las mañanas, como si nunca hubieras confundido la manga con el cuello, aunque deba revisarte la lateralidad de tus calzoncillos. Delante, atrás... conceptos extraños.

Tú explicándome que la clase de este año está allí donde ya estuviste hace dos cursos, y quién está en la clase de enfrente, y en la del otro lado y todo lo demás que a ti te importa, con una orientación espacial que ya quisiera para sí  Jesús Calleja en el desierto.

Tú preocupado por las hojas marchitas del algarrobo de la puerta, que ensucian invadiendo tu espacio, tu concepto del orden, y que barres casi con frenesí, regañando a un viento travieso y pesado que no te deja... Aunque luego tenga que ir sorteando tus linternas y herramientas dispersas en el sofá porque consideras que ahí deben estar.

Tú. Se me llena el alma con tu sola presencia, con tu necesidad de tenerme cerca, con la certeza de que es imposible no quererte. Despertando ternura, arrancando besos, abrazos y sonrisas el primer día de cole, pero también del sexto, del vigésimocuarto y del último...

Tú y tu mitad oscura. A esa también he aprendido a quererla al mismo tiempo que la temo y la odio, porque se resiste a abandonarte, y que estoy en proceso de soportar aunque sea solo como recuerdo insistente de lo difícil que ha sido este camino.

Tú y yo. Cara y cruz de la misma moneda. Siempre hemos sido la misma persona. El gen egoísta que diría Dawkins... El empeño de mis genes por dejar huella. Y tu huella, sin duda, es lo más hermoso que puedo hacer por este mundo.

jueves, 14 de agosto de 2014

Sueños en esta noche de verano




Mirar. Y no ver nada.

Donde nadie ve nada y empieza todo.

Sentarnos, cogidos de la mano. Y respirar.

Cerrar los ojos. Escuchar tu letanía.

Tan mía. Tan ajena. Tan poco comprendida.

La barbacoa. El cepillo. Bruta. Animales peligrosos en el mar.

Palabras nuevas. Sonidos nuevos.

Mis neuronas a tu servicio.

El futuro...

Marta, Hugo, el piso junto al taller. Tu coche rojo.

Empujarte más lejos, más fuerte, más tiempo.

¿Utopías?

Te prometo. Me prometo.

La realidad me frena. Tu ansia me remolca.

Arranco y sigo. Aprieto tu mano. Abro los ojos

Te miro, te veo. ¿Podré?

Sí, podrás...


viernes, 18 de julio de 2014

Life is good


Cada día que vamos a la playa, tengo que forzar a Salva para que entre en el agua, cada día desde hace 12 años. Durante mucho tiempo la sobrecarga de estímulos que le suponía ir allí, nos impedía frecuentarla porque para él era una tortura: el sonido, el calor, la gente, la textura de la arena... La palabra es perseverancia y el firme convencimiento de que una vez que lo pruebe le va a gustar.

Da igual el diagnóstico, yo me veo reflejada en cada línea de este vídeo como madre de una persona con discapacidad intelectual con serias dificultades de adaptación a los convencionalismos y a las novedades. Pero siempre hay algo que les conecta y les trae a este lado del espejo, donde los que miramos perplejos solo somos simples interpretadores.

Luchar contra enemigos visibles es relativamente "sencillo". Luchar contra los enemigos invisibles que asaltan la cabeza de las personas con diversidad funcional es un reto, tanto para los que nos vemos arrollados por la ola de su presencia y como para los que voluntariamente deciden ayudarnos a convivir con sus miedos y con los nuestros.

Hay una delgada línea roja entre lo que la vida es y lo que quisieramos que fuera. Al final es más fructífero transformar esa línea en un lazo, para que nos una en un universo conjunto, de espacios comunes, de fantasía por explorar... La vida es buena, la mires como la mires.

lunes, 23 de junio de 2014

El año que volví a correr un tupido velo

Este año tocaba graduarse de primaria y subir al escenario a recoger el diploma que te diera la puerta de entrada a la ESO. El año en que te irías de viaje con tus compañeros 3 días y yo me los pasara mordiéndome las uñas. El año en que te sintieras entre dos aguas: tan mayor como para dejar a tu hermano atrás, tan pequeño como para sentirte gota en el mar del instituto. Este año yo tenía pensado llorar emocionada al despedirme de las mamás con las que empezamos la andadura del colegio, al despedirme de tu imagen en la puerta verde de siempre, al despedirme del bebé que eras en 2005 y saludar al medio hombretón que eres, o deberías ser...

Pero un año más toca correr un tupido velo, sepultando entre tus logros maravillosos esos otros logros que de momento son lejanos, o quizás, inalcanzables. Me puede la melancolía cuando lo pienso, me duele detrás de los ojos, porque intento no llorar esforzándome a diario por no imaginar quien serías...

Y puedo decir bien alto que no miento cuando digo que me encanta quien eres, lo mucho que te admiro, lo increíble que es tenerte junto a mí, haciéndome regalos continuos en forma de una inocencia y una pureza que solo quien te conoce lo sabe. Pero aquí estoy, delante del ordenador escribiendo párrafos tristes que acaban en "deberías ser..."y "serías...", como si una parte recóndita de mí aun estuviera anclada en un pasado no tan lejano, soñando que las cosas fueran de otro modo, porque en el fondo solo desee que la vida solo fuera..., y si fuera..., y si no...

Compenso cada rendición con lo mucho que gano a cambio, pero no puedo evitar llenar la mochila de tupidos velos... y ya llevo tantos, que si un día la mochila llega a romperse se oscurecerá el cielo. Me consuela saber que, a cambio, el Sol nunca dejará de brillar.


jueves, 5 de junio de 2014

Tres taberneros de Gales

Tantas veces se me desborda el cerebro, que creo que se me va a salir por una oreja. En serio. Se me abre la boca y salen toneladas de palabras en forma de gritos, digo cosas que no parecen haber sido pensadas por mí. Cosas propias de un tabernero del Gales profundo del siglo XVI, y cuya alma inmortal se empeña en dejarse oír por mi boca. Esa boca... la boca de Fotor, Owen o Llywellyn, o como fuera que me llamara hace 500 años...

Lo intento, de verdad. Intento controlarlo. Ya consigo algunas veces cambiar la palabra a tiempo, en ese punto en que el tabernero piensa X y yo acabo diciendo algo que rima con, algo que se parece a, o algo que me sale de... bueno, que me sale del alma del tabernero...

Pero solo lo consigo a veces, porque cuando se abre el caño de palabras ya no hay quien lo frene. Y me duele reconocerlo pero muchas de esas veces, me enfado contigo. Como si con eso pudiera hacerte entender lo que sea que no entiendes, como si gritando, el chorro de aire que expelen mis pulmones, pudiera sacarte la goma elástica que constriñe lo que sea que te impide no comprenderme. Y fíjate, hace tanto que entendí que la que tiene una goma alrededor del corazón soy yo que, cuando tras la ira, busco la soledad para lamer las heridas que Fotor, Owen o Llywellyn o como fuera que me llamara hace 500 años me dejan en la piel,  necesito que vuelvas a decirme, otra vez, aquello que me hizo enfadar... Será para recordarme lo absurda, pequeña e insignificante que puedo llegar a ser.

Ojalá pudiera rebobinar la cinta hasta el momento justo antes de desatar la furia, ojalá dejara de aprender lecciones día sí y día también, y que la vida solo flotara entre tú y yo, como era al principio: fácil y natural... Qué poco supe apreciarlo entonces y qué complicado me parecías, porque no entendía cuando tenías sueño, cacas, hambre o sed... Nunca pensé que 12 años después habría días en que seguiría sin saber qué necesitas para ser feliz.

Tendré que seguir buscando y pactando con Fotor, Owen y Llywellyn, convencida como estoy ahora mismo de que no fui un tabernero del siglo XVI, sino tres al mismo tiempo.

miércoles, 23 de abril de 2014

Atalayas de la ignorancia


Esta historia podría titularse "El curioso caso de la mujer que dejó de tener miedo y empezó a reírse por dentro", pero como es muy largo ya se me ocurrirá algo al final... ¿De qué dejé de tener miedo?, ¿y por qué empecé a reírme por dentro? Seguro que cuando se lo cuente, ustedes también empiezan a reírse, pero tienen permiso para hacerlo a mandíbula batiente, no se corten.

Dejé de tener miedo de las personas con discapacidad. Sí, ese miedo atroz a lo desconocido, yo también pensaba que tener un retraso mental era una lacra, un castigo, una condena... Me daban pena esas personas, sus familias, su entorno... ¡oh, cruel destino! Pero igual que el miedo a la oscuridad se cura enfrentándote a ella, resultó que yo me curé de mi supina  ignorancia conviviendo con ello. Una persona con discapacidad no es un satélite que pulula por nuestras vidas, es la vida en sí misma, mostrando cuan diversos y variados somos, nos enseñan a pararnos, a reflexionar, a tomar las cosas con perspectivas, a explicar una y mil veces el sentido de la vida, la sensación de estar aquí para algo más que para conjuntar a nuestros hijos en las fiestas  de guardar... Y de eso mismo empecé a reírme. No quiero ser hipócrita, yo también visto a mis hijos conjuntadamente cuando puedo, no hay nada malo en ello... o eso creo, porque corro serio riesgo de que mi amiga Yolanda no vuelva a dirigirme la palabra tras esta reflexión.

Pero empecé a reírme de quien en su intento por ser condescendiente conmigo aún cataloga a los niños entre "los que son como el tuyo" y los normales. Los que son como el mío son esos que deben suscitar la pena del prójimo y servir de acicate para la felicidad ajena -qué-suerte-tengo-que-no-me-ha-tocado-a-mí-, pero es que encima dentro de los que deben dar pena también hay categorías: los que asustan a los niños que son normales, sensibles e impresionables (como si el resto de personas hubiéramos sido modelados en una hormigonera en lugar de en un útero) porque sabe Dios qué tipo de deformidades y/o locuras sustentan, y los que pasan desapercibidos -que-si-tú-no-lo-dices-ni-se-le-nota-, y por ende tolerables.

Qué risa me da eso, de verdad. Sé que hay padres que me critican porque esas cosas me resbalen, que debería dolerme. Pero no puedo, en serio, soy incapaz de darle importancia a la gilipollez humana, o a la falta de sentido común, que creo que al final significan lo mismo. Hay quien con la boca grande te alaba por tu lucha diaria y con la pequeña o por la espalda considera mejor que cada "especie" esté en su corral, no sea que impresionemos el corazoncito de algún tierno retoño perfecto y normal. No sea que le mostremos al mundo que muchas más veces de las que pensamos la vida nos pone a cada uno en nuestro sitio, hasta a los que estamos seguros en nuestras atalayas de la ignorancia (esto sí parece un buen título).

Pero más gracia me hace aún que me expliquen que nuestro encuentro fortuito en alguna terapia no implica la falta de inteligencia de sus hijos, ellos están allí para corregir tal o cual cosa, pero ¡ojo! su hijo es muy inteligente, ¿qué digo?, super inteligente... Si por cada  "tú ya sabes lo que quiero decir" me dieran un título nobiliario, hace años que habría arrancado a Doña Cayetana de Alba su record. ¿Acaso no es motivo de risa? Si es que lo que me dan ganas de decir es que por muy raro, rarísimo, que les parezca, a mí que sus hijos lean en tres idiomas, saquen sobresalientes a punta pala y hagan nudos correderos con las nalgas, es algo que me importa poco, tirando a nada.

Yo no me siento mal por lo bueno de los demás, al contrario... me dan pena que no vean más allá aprovechando esas atalayas en las que están instalados. Y risa, también me da mucha risa.

sábado, 5 de abril de 2014

Sola

El otro día caí en la cuenta de algo. Espontáneamente vino a mí aquella olvidada tendencia a sentirme sola que a veces me dejaba un poco desconectada del resto del mundo. Un poco aislada, pero no por gusto. Me sentía irremediablemente sola, a pesar de mi parte racional que me decía que no era posible, siendo como he sido una persona tan querida, tan amada, tan feliz.

La cuestión es que no yo no lo podía evitar, incluso cuando más llena de gente estaba mi vida, incluso cuando más divertida era... Incluso entonces, me sentaba en un rinconcito y pensaba en lo sola que estaba.

No sé si llamar a aquella sensación melancolía, tristeza, soledad o apatía. No sé si en realidad obedecía a una máxima más fuerte que yo misma, y que un día una amiga me puso delante de mí "María José, las personas como tú y como yo nunca seremos felices". Me dolió escuchar aquello, porque yo sabía y sentía que podía y debía ser feliz que la vida me ha sonreído siempre, tan bien llegada al mundo en un momento propicio de la historia, en la parte buena del mundo, con una buenos padres que me dieron todo lo que se puede necesitar... Y luego la vida me siguió sonriendo conociendo al hombre más bueno del mundo con 17 años, que se quedó conmigo y ahí sigue en lo bueno y en lo menos bueno. A pesar de eso, o quizás por eso, yo me aislaba y pensaba en lo sola que estaba.

 Y pensando me di cuenta de que hace tiempo que no he vuelto a sentir ese vacío. Analicé desde cuando es eso y no puedo recordar haberme sentido así desde que soy madre. Al principio no tenía tiempo de sentirme sola, porque Salva llenaba mi vida cada segundo del día, creo que ni me miraba al espejo a tenor de algunas fotos de aquella época... Luego llegó Eloy, lo que implicaba menos tiempo aún para pensar. Y luego llegaron el miedo, el auténtico pavor. La certeza, el dolor, la pena, la rabia, el duelo... la fuerza, la lucha, la constancia, el tesón... las terapias, las extraescolares, los deberes, las esperas en el coche, en las salas de espera, en las gradas de cualquier sitio de entrenamiento de lo que fuera, esperando mientras alguien termina de hacer algo...

Me arrolló la vida y me enseñó que sentirse sola no es una opción cuando un parpadeo a destiempo puede provocar un tsunami en tu cuarto de baño... La melancolía crónica la curan los hijos, y a fuerza de sangrar dolores inexistentes, de llorar miles de penas concentradas, de querer hasta que te duela el pecho, aprendí que sí que se puede ser feliz. Que yo puedo ser feliz. Y lo soy, sintiendo solo un poco llevarle la contraria a aquella vieja amiga. Soy feliz desde que hace 12 años y 27 días dejé de sentirme sola.

domingo, 9 de marzo de 2014

Doce años de libertad

Tu cuerpo rezuma adolescencia. Perezoso, contestón, desganado, pasota, con cambios de humor... La pelusa rubia estilo lanugo que hasta hace un rato cubría tu cuerpo, se ha transformado en mata de pelo salvaje, muy salvaje en según qué partes del cuerpo. Que Dios nos pille confesaos... Te huelen los pies como si una vaca se hubiera muerto en tus zapatos y si levantas un brazo antes de ducharte parece que una guerra de mofetas se estuviera librando justo ahí. De pronto me llegas a la altura de la nariz, lo cual indica que dentro de unos meses serás más alto que yo. Nada extraordinario, todo sea dicho de paso. Y no sé si son paranoias mías pero me da que algún gallo sale de vez en cuando de tu garganta...

Y es que hoy cumples 12 años. ¡DOCE! y yo con estos pelos. Intento prepararme para este nuevo ser que eres, un ser que de pronto aparece en fotos viejas de mi propia adolescencia, como un espectro fantasmal premonitorio veintitantos años antes. Pero esas cejas  pobladas, esos ojos penetrantes, esa cara redonda, no son tuyos, sino míos. Y así estamos ahora, entre nosotros físicamente hay pocas diferencias, incluso compartimos cuerpo de botijo. En lo demás, yo quiero ser como tú. Seguro de ti mismo hasta cuando parece que algo es imposible, sin dudas, sin miedos, sin prejuicios, sin complejos...

Dice esa cita tan célebre que a veces los árboles no nos dejan ver el bosque, pero tú eres tan luminoso, divertido, ocurrente, simpático, temperamental, agotador, emocional, amoroso, contradictorio, carismático, encantador, apasionado, contundente... eres tan Salva, que ni eres bosque ni eres árbol, ni nada te hace sombra. Eres tan libre, que solo puedes ser el Sol.

Feliz 12 cumpleaños.


martes, 11 de febrero de 2014

La congoja de saberse finito

Desde muy chica he sentido el miedo a la pérdida. Se metía en mi cama conmigo y a veces, hipando, tenía que llamar a mi madre aterrada con la idea de perderla... a ella y a mi padre. No me imaginaba dolor más grande.

Hasta que yo misma fui madre y entonces empecé a sentir ese miedo atenazador a perder a mis hijos. Sin embargo, hay que procurar no pensarlo demasiado, porque entonces no fluye la vida, y al fin y al cabo eso es lo que nos lleva a traer hijos al mundo: dar vida, crear, en una suerte de arte que no se piensa, simplemente crece, casi espontáneamente...

Recientemente he descubierto un miedo casi peor que el anterior: el de irme yo.

Lo pienso mientras una parte del esófago se me ha fusionado con el colón, en lo que viene siendo un nudo corredero, a la luz de noticias espeluznantes que afectan a personas que conozco. Personas que compartían su espacio conmigo hace escasos días, personas que dejan atrás niños como mi Salva, desorientados preguntando quién arreglará la ventanilla del coche y cuándo vendrá su papá. Me imagino sin poder evitarlo quién les explicaría mi ausencia si yo me fuera. La vida giraría sin mí, se haría enorme y preciosa con ellos dentro, pero conmigo fuera. Y entonces nada tendría sentido porque aun tengo millones de cosas que hacer, que decir, que gritar...

Y es egoísmo, creanme. ¿Qué haría el mundo sin mí? Imagino que seguir girando sobre su propio eje, pero sin mí ya no habría conciencia de mundo y me daría lo mismo que se parara mañana, porque ya no estaría yo para frenarlo o hacerlo girar, o como diría mi amiga Marian, hacer que un parpadeo de mis pestañas provocara un tsunami en Australia...

No imagino un dolor más grande que ser arrebatada de sus vidas, porque al final sería como morir dos veces. Saberse finito debe ser eso a lo que llaman madurez.

Pues ya podría haberme sido revelado dentro de... no sé, ¿otros 40 años?


viernes, 3 de enero de 2014

Chocolatero

Siete, chiquitito, chocolate...

Siete, chiquitito, chocolate...

Y te ríes. Y nos reímos contigo. Solo tú sabes qué especie de mantra suponen esas tres palabras... ¡Pero qué risa nos dan!

Cuando estás en el punto álgido, sueltas un ¡Mami, chocolatera!, y ahí estallamos en carcajadas.

¿Chocolatera? Eso debe ser el sumum del "tiabuenismo" para ti, porque me ves estupenda y comestible... O qué sé yo... igual tiene un significado menos poético y simplemente lo sueltas porque te sale muy bien.

Pero hoy he probado suerte, a ver si para ti significa lo mismo que para mí... Aprovechando que me has mandado un mensaje por whatsapp, ¡el primero! y me dices  "SALVA MAMA".

A mí no se me ocurre nada más bonito que responderte a ti que con un "CHOCOLATERO <3"

Y entonces me dice Maribel que cuando habéis leído juntos el mensaje, se te ha puesto sonrisilla de "jo, esa chica guay es mi madre".

Va a ser que sí, que para ti también significa ser estupendo y comestible. Que para ti también es una palabra de amor, de las que se paladean en la boca y dejan un poso en la garganta... de las que inyectan energía con solo oírlas, de las que se inventan y luego se usan como uno quiere. De las que enamoran porque solo significan algo para el que las escucha. Chocolatero, como quien dice "Nadie como tú"